30 mayo, 2016

Guacamole


Cuando tenía 9 años, mis padres hicieron un viaje a México y yo me pasé el verano en casa de mi abuela, obsesionada con la muerte. Volvieron y nos llevaron a mi hermano y a mi a cenar al único restaurante mexicano de mi ciudad: el “México Lindo”. Nos contaron historias fantásticas sobre nadar entre delfines y escalar pirámides aztecas, mientras mi paladar se abría a lo inaudito.


Aprendí a hacer guacamole en cuanto pude. Cena, tras fiesta he ido perfeccionando la receta. Mis padres me lo piden cuando les visito. Mi cuerpo me lo exige de cuando en vez. En algún extracto de mi memoria infantil quedó grabado su sabor intenso, su textura suave, y la revelación de que antes de morir, vivimos.

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